De Todo Un Poco
El ‘chinlone’, un deporte ancestral que sobrevive a la guerra en Birmania

En un país desgarrado por la guerra, una pequeña pelota de fibra vegetal ofrece un respiro a los birmanos, quienes desde la antigüedad hacen rebotar este objeto con sus pies, realizando todo tipo de figuras espectaculares.
«Una vez que empiezas a jugar, te olvidas de todo», asegura Win Tint, quien, a los 74 años, continúa dedicándose al chinlone, el deporte nacional que por su carácter acrobático exige mucho, sobre todo en tobillos, rodillas y cadera.
«Jugar al chinlone es como bailar», explica este apasionado de la disciplina, que además es vicepresidente de la federación nacional. «El sonido de la pelota es como música», insiste.
El chinlone es casi sagrado en Birmania, y se practica en todas partes, incluso en calles polvorientas, también por sus virtudes mentales, al requerir una gran concentración.
Se juega con una pelota de ratán trenzado -una planta local, de la familia de las palmas- que seis jugadores, alineados en círculo, deben mantener en el aire el mayor tiempo posible haciendo malabares con los pies.
En una variante en solitario, mujeres artistas son capaces de golpear la pelota decenas de millas de veces, mientras caminan sobre cuerdas, dan vueltas a paraguas o encaramadas en sillas en equilibrio sobre botellas de cerveza.
Este espectáculo, único en Birmania, ofrece un respiro a una población agotada por el conflicto civil originado por el golpe de Estado militar del 1 de febrero de 2021, que ha provocado un aumento de la violencia y de la pobreza.
– Preservar el «patrimonio tradicional» –
Según la tradición popular, las raíces del chinlone se remontan hace más de 1.500 años. En 1953, después de la independencia del Imperio Británico, el país adoptó un sistema de reglas y evaluación.
«Nadie más preservará el patrimonio tradicional de Birmania si el pueblo birmano no lo hace», explica el jugador Min Naing, de 42 años.
Prácticas similares, con una red de voleibol, existen en el sudeste asiático, en países como Filipinas, Malasia y Tailandia.
Por iniciativa de Birmania, el chinlone hizo su aparición en 2013 en los Juegos del Sudeste Asiático, una competencia organizada cada dos años que acostumbra a dar visibilidad a los deportes regionales.
Pero la guerra nunca está demasiado lejos, lo que ha provocado que en los últimos años el número de practicantes se haya reducido a la mitad, según Win Tint.
«Temo que el deporte desaparece», coincide Pe Thein, maestro en la confección de pelotas de ratán, con sede en Hinthada, a unos cien kilómetros de Rangún.
«Por eso transmitimos (el amor por el juego) a través de nuestro trabajo», dice. Sentados con las piernas cruzadas, los artesanos dividen las fibras del ratán en tiras y las trenzan hábilmente para formar una bola del tamaño de un melón pequeño, perforada con agujeros pentagonales, antes de hervirla en una tina de agua para garantizar su resistencia.
– «Como diamantes o piedras preciosas» –
«Comprobamos la calidad de las pelotas como lo haríamos con diamantes o piedras preciosas», precisa Pe Thein, de 64 años. Cada pelota necesita unas dos horas de fabricación y por cada una recibe unos dos euros, añade el propietario del taller, Maung Kaw.
Pero el conflicto dificulta el suministro de ratán de alta calidad, que procede del estado de Rakáin (oeste), una región que es escenario de feroces enfrentamientos entre la junta militar en el poder y grupos de oposición que controlan casi todo el territorio.
Los agricultores temen por sus vidas cuando tienen que ir a los campos de ratán. «Tenemos jugadores, pero no fabricantes» de pelotas, lamenta Maung Kaw, que a sus 72 años quiere trabajar «todo el tiempo que sea posible».
Los más jóvenes dan muestra de la misma resiliencia.
«Juego incluso cuando estoy enferma», afirma el joven prodigio Phyu Sin Phyo, de 16 años. «Es importante tener paciencia para convertirse en una buena jugadora de chinlone».
