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Fútbol Internacional

El beso apasionado de Di María en pleno campo de juego con su esposa Jorgelina tras ganar el Mundial

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La imagen del beso junto a su pareja Jorgelina marcó el sentimiento que atravesó cuando se concretó la tercera conquista de la Copa del Mundo. De estigmatizado a idolatrado, el rosarino Ángel Di María cerró este domingo un ciclo con el mejor final que pudo haber imaginado: el título en el Mundial Qatar 2022.

Una historia de trama cruel con desenlace feliz, al mejor estilo cinematográfico, fue la que transitó el Fideo desde que se puso por primera vez la camiseta de la Selección, el 6 de septiembre de 2008 en un partido con Paraguay por las Eliminatorias para Sudáfrica 2010.

El ex Rosario Central jugaba en ese entonces en el Benfica de Portugal, después de demostrar sus virtudes como zurdo veloz y filoso en el Canalla, donde Ángel Tulio Zof lo hizo debutar en 2005 con 17 años. Crecido en el el barrio Parque Casas, al norte de Rosario, en sus horas adolescentes Angelito alternó su devoción por el fútbol con una abnegada colaboración con su padre en tareas de carbonería.

El fútbol argentino lo disfrutó apenas 39 partidos, que fue lo que tardaron en Europa en descubrir al joven delantero enjuto, máquina de correr y someter arqueros. Después de triunfar en Portugal, se le abrieron las puertas de las grandes ligas con Real Madrid, Manchester United, Paris Saint-Germain y hoy, en etapa de madurez, Juventus de Italia.

En paralelo a su brillante carrera de clubes, Di María construyó ardua historia en la Selección, marcado como ícono de la generación de las finales perdidas (Brasil 2014, Chile 2015, Estados Unidos 2016).

El delantero extremo disfrutó una promisoria etapa en juveniles con el título mundial Sub 20 en Canadá 2007 y la medalla de oro olímpica en Beijing 2008, año en el que Alfio Basile lo incorporó a la mayor.

Por sus lesiones o bajo rendimiento en momentos clave de las grandes citas, Di María devino en un futbolista denostado por el hincha, víctima de la insolencia que sufrieron otros grandes jugadores como Gonzalo Higuaín y hasta el propio Lionel Messi. La soberbia de su vigencia en Europa siempre lo transformó en una convocado obligado y él nunca le esquivó al bulto: su deseo de ganar con la camiseta argentina pudo más.

Y ese obstinado deseo se cumplió el 10 de julio del año pasado cuando una definición propia de su catálogo (sombrerito al arquero) cortó una sequía de 28 años sin títulos nada menos que ante Brasil en el Maracaná en la final de la Copa América. Todo fluyó desde entonces: el cariño de los fanáticos, el reconocimiento y sus mejores momentos en la Selección, con la que volvió a ganar este año en la Finalissima frente a Italia.

Su aporte en Medio Oriente también estuvo condicionado por las lesiones, pero lo que en otro momento hubiera sido motivo de una mirada desconfiada, se interpretó como vicisitudes del fútbol. Se lastimó en el último partido de la fase de grupos ante Polonia, jugó unos minutos contra Australia y no volvió a la titularidad hasta la final con Francia, en la que tuvo una participación excluyente hasta que duró en cancha.

El jugador de Juventus fue factor de desequilibrio por la banda izquierda, generó el penal del 1-0 y anotó el segundo de Argentina con una definición de su calidad tras un contraataque perfecto. Otra vez Di María con un gol para la posterioridad como aquel en el Estadio Olímpico de Beijing, como aquel del Maracanazo y como este de Lusail, cuyo campo de abandonó en el segundo tiempo envuelto en la ovación del público argentino.

Luego le tocó sufrir en el banco de suplentes, donde se le escaparon las lágrimas en los goles de Mbappé que amenazaron con arruinar la noche mágica de la Scaloneta. El destino quiso que su despedida, que podría ser definitiva en la Selección según deslizó en marzo de este año pero que al menos lo es en la Copa del Mundo, fuera de la mejor forma.

“Así se juegan las finales: a ganar o morir. Y es muy lindo poder celebrarlo con la familia, que es la que más sufre. Es una alegría inmensa. Seguramente se vivirá una locura en Argentina”, dijo en diálogo con la TV Pública. Y continuó: “No tengo palabras para agradecerle a Dios, por todo lo que me dio. Fue una revancha que comenzó en el Maracaná, siguió en Wembley y hoy se repitió acá. Cuando estaba en el banco de suplentes, me puse a rezar y le pedí 800 veces que nos ayude a lograrlo”.

Di María disputó cuatro Mundiales (Sudáfrica 2010, Brasil 2014, Rusia 2018 y Qatar 2022), 129 partidos, hizo 28 goles, dio 26 asistencias y celebró 3 títulos con la camiseta “Albiceleste”. La estadística lo ubica como el cuarto futbolista de mayor presencia después de Messi (171), Javier Mascherano (147) y Javier Zanetti (145). (Infobae)

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