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De Todo Un Poco

Cuarenta años de la ‘revelación’

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Foto: @equipfutbol2

Un deslumbramiento, un calambrazo, una revelación, eso fue la ‘Canarinha’ en el Mundial de España que no ganó, como la Hungría de Puskas, Kocsis y Czibor en 1954 o la Holanda de Johan Cruyff veinte años más tarde, y en el que presentó sus cartas credenciales en Sevilla un 14 de junio de 1982 en el Sánchez Pizjuán ante la extinta Unión Soviética.

«Parecía que nunca marcaban un gol normal, no sé si fue el mejor equipo de la historia, pero nadie ha jugado nunca al fútbol como ellos”, sentenció César Luis Menotti, técnico de la selección concebida por Telé Santana, quien hizo que jugar en la selección brasileña volviera a ser divertido, en expresión de uno sus lugartenientes, Paulo Roberto Falcao.

El Sánchez Pizjuán fue el escenario de la puesta de largo de este equipo excepcional en el que, junto a Falcao, llevaban la pelota a ritmo de samba desde su centro del campo Zico y Sócrates junto al fajador Toninho Cerezo, y que tenía dos laterales superlativos que destrozaban el estereotipo, de la clase que atesoraban, Leandro por la derecha y Júnior por la izquierda.

Cómo eran de buenos estos dos que a Junior, se cuenta, que al entrenador del Torino italiano que lo fichó le atribuyen la frase de que «¿a éste cómo lo voy a poner yo de lateral?» y acabó jugando de todo menos de lateral, en el equipo de Turín, en el Pescara y en su Flamengo donde acabó su carrera con su inseparable José Leandro Ferreira.

Fue precisamente Junior, Leovigildo Lins da Gama en su cédula de identidad, el que le puso música y compuso la banda sonora del paso de la ‘Canarinha’ por Sevilla, donde en esos días resonaron los sones de la ‘Voa, canarinha, voa’ (Vuela, canarinha), como pasó a la posteridad la samba ‘Povo feliz’ compuesta por Memeco y Nonô do Jacarezinho.

Con una racha diecinueve partidos sin perder, Brasil se presentó en el Sánchez Pizjuán capitaneada por el doctor Sócrates, quien a la postre fue el autor de la victoria por 1-2 ante la URSS en un partido que, paradójica e injustamente, pasó a la posteridad por los errores groseros del árbitro español Augusto Lamo Castillo.

El segundo gol del estreno de la ‘seleçao’ fue de Éder, quien ya era conocido como ‘La Bomba de Vespasiano’ y ‘El Cañón’ por los motivos obvios de su potencia que, tras la volea que horadó la meta del luego sevillista Rinat Dassaev y otros disparos más, completó con el de ‘Exocet’, como se llamaban entonces unos misiles franceses.

También marcó Éder en la goleada brasileña ante Escocia en el Benito Villamarín (4-1), el prólogo de una posterior por 4-0 ante Nueva Zelanda en el mismo escenario en el que una cometa celebró el monumento al fútbol que erigían jugada a jugada, toque a toque, los de Telé Santana.

«Prefiero perder jugando un fútbol bonito que ganar jugando mal”, afirmó el técnico brasileño a su llegada a una selección para la que rescató a jugadores afincados en el extranjero como Falcão (Roma) y Dirceu (Atlético de Madrid) y en la que desentonaron los dos polos extremos, el portero Valdir Peres y el delantero centro Serginho.

Por enmedio, y con el único imperativo de jugar al fútbol, de atacar, estaban Falcão, ‘El octavo rey de Roma’; el doctor Sócrates, único desde su estatura de 1,93 y unos pies impropios de esa altura, un 37 de talla, desde la que fluía un fútbol ideado en una cabeza única que adornaba con la cinta; y el ‘dios’ Zico, al que sólo le faltó la Copa del Mundo.

Óscar y Luizinho formaron una pareja de centrales atípica por cómo trataba el balón y, además, cubría a la que posiblemente haya sido la mejor pareja de la laterales del fútbol, la formada por Leandro y Júnior y que llevó el talento desplegado con la rojinegra del Flamengo a la ‘verdeamarelha’ de Brasil.

Del 14 de junio de 1982 ante la URSS al 23 de ese mes cuando el festín de la cometa ante Nueva Zelanda, Brasil convirtió Sevilla en capital mundial del buen fútbol y en las avenidas de La Palmera y de Eduardo Dato, las que confluyen respectivamente en el Villamarín y el Sánchez Pizjuán, en émulos del sambódromo de Río.

Cuando llegaban al estadio, ni se sentaban, pitaban cuando el balón lo tenían los otros y la samba empezaba a fluir cuando empezaba el recital de los Zico, Sócrates, Falcao, Leandro, Júnior…

La fiesta acabó en Barcelona, cuando no supieron defender porque no estaban hechos para ello y cayeron ante la rocosa Italia del ‘boxeador’ Enzo Bearzot y del ‘Bambino de Oro’ Paolo Rossi, a la postre campeona de un Mundial con el nombre propio de un perdedor que honró al fútbol, como el del 1954 y el 1974. EFE

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