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De Todo Un Poco

Los 61 años del inolvidable Diego Maradona

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Argentina sigue homenajeando a Diego Armando Maradona. Monumentos, murales, intervenciones artísticas callejeras, libros, documentales, maratones y miniseries televisivas recuerdan una vez más la vida y la obra del más grande jugador argentino de la historia. Diego hubiera cumplido hoy 61 años.

Y cuesta decir hubiera y no cumple. Todavía resulta indigerible que, desde el infausto miércoles 25 de noviembre de 2020, de él hayan quedado nada más que los recuerdos y las emociones.

La fecha de hoy une las dos puntas de una historia extraordinaria. Su nacimiento, a las 7.30 de la mañana del 30 de octubre de 1960 en el Policlínico de Lanús, como quinto hijo (primer varón) de don Diego y doña Tota (Dalma Salvadora Franco).

Y su última y penosa aparición pública, aquella tarde en la cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata, cuando empastillado y balbuceante, lo llevaron a recibir una plaqueta que el presidente de la AFA, Claudio Tapia y el de la Liga Profesional, Marcelo Tinelli, le entregaron con motivo de su 60º cumpleaños.

Nunca se lo había visto peor a Diego. Aún así, nadie imaginaba que el telón final de su vida irrepetible caería apenas 25 días más tarde. Pero después de que su materialidad se extinguiera en aquel mediodía maldito de hace casi un año, Maradona sigue formando parte de la vida de la Argentina. En lo bueno y en lo malo, en lo que se dice y se calla sobre él, en todo lo que se muestra y todo lo que se esconde, “el Diego” sigue dando que hablar.

Para los futboleros (y sobre todo para los que lo vieron levantar la Copa del Mundo en México ‘86) es y será su Dios: el ídolo máximo, la medida de todas las cosas, el gestor de las alegrías y los asombros más grandes, la referencia inalcanzable e inigualable, el que llegó adonde acaso nadie más podrá llegar, el que puso la bandera celeste y blanca en el mástil más elevado. Por eso, los partidos de este fin de semana de los distintos campeonatos de la Afa se detendrán a los 10 minutos del primer tiempo. Para aplaudirlo y ovacionarlo en otro acto de multitudinario agradecimiento que nunca parece suficiente.

Pero para muchos otros argentinos que no se referencian tanto en el fútbol y las grandes pasiones populares y para algún sector carroñero del periodismo, Maradona resuena de manera diferente: es el retrato de un ídolo decadente, oscuro, pecador, vulnerable y corroído por los vicios y las adicciones que lo arrastraron a la muerte temprana.

A este Maradona, acaso tan real como el de los estadios y la pelota, no le permiten descansar en paz. A cada rato le aparecen mujeres, hijos y millones. Lo rodean las aves negras, los abogados inescrupulosos, los amigos del campeón, los que aún después de la muerte, luchan por sacarle la última tajada a su nombre y a su imagen. Ese Diego sigue viviendo en los estrados de la Justicia y en los estudios de televisión. En la calle y en las canchas vive otro Diego, el Diego de la gente.

UNA IMAGEN INVICTA
Cualquier otra celebridad hubiera sucumbido ante el peso desmesurado de todo lo malo que se dijo y se dice de él. Pero Maradona aguanta todo lo que le tiran: su obra futbolística ha sido tan majestuosa y su iconografía es tan poderosa que hasta eso ha podido gambetear. Y es esa gloria imperecedera la que se está celebrando. Los hinchas no saben o no vieron lo que pasó entre cuatro paredes. Y si lo saben, creen que corresponde a una esfera íntima que sólo le pertenece a él.

Si lo vieron (y lo vimos) ser el mago de la pelota, alzar una Copa del Mundo, hacer un gol con la mano y gambetear seis ingleses en el partido de todos los tiempos, jugar el Mundial de Italia ‘90 con un tobillo reventado y llorar lágrimas amargas luego de haber perdido con aquella final con Alemania. Lo vieron (y lo vimos) surgir del barro y la pobreza de Villa Fiorito y llegar a lo más alto del mundo sin olvidarse jamás en el viaje de donde venía. El amor por Maradona está hecho de todo eso y ese material resistirá victorioso el paso de los años y las maledicencias. Con el correr de los almanaques, incluso, será más fuerte, más grande y más bello.

Esas imágenes imperfectas que cada vez que se miran, generan asombros planetarios y los recuerdos de la picardía y la chispa callejera que le brotaban cuando estaba limpio y claro y no bajo el efecto de las sustancias prohibidas o los cocteles de calmantes que hasta le impedían hablar, forman parte del álbum privado de Diego que cada uno de nosotros lleva guardado dentro de sí. Todo eso ayuda a mitigar el dolor inmenso que continúa provocando su muerte y la indignación por la manera en la que se produjo.

“NOS ACOMPAÑÓ SIEMPRE”
Una hora después de conocida aquella noticia infausta, el periodista y escritor Alejandro Duchini decidió que la mejor manera de procesarla era ponerse a escribir. Y escribió tanto que pudo darle forma a “Mi Diego, crónica sentimental de una gambeta”, el primero de los varios libros aparecidos en los últimos meses a propósito del “Diez”.

“Diego pasó a ser un trasfondo de la vida de muchos, y me incluyo. En mucho de lo que yo hice, en algún punto estuvo Maradona. Es el personaje público que me acompañó siempre: por un quilombo, una joda, un buen gesto, siempre estuvo” le dice Duchini a Mundo D.

Y agrega: “Ese es el Maradona que tengo, y también me quedo con el que me dio todas las alegrías y con el que me cuentan algunos que lo conocieron, que era un tipazo, que siempre buscaba momentos de tranquilidad, lejos de las cámaras, para tomarse unos mates con vecinos. Y eso me lo humaniza más aún. Por eso, en mi libro no lo juzgo, lo cuento” señala Duchini.

Aunque Diego se haya apagado demasiado pronto, tal vez harto de haber vivido tanto a su manera, seguimos necesitando de él. Para hablarlo, para escribirlo y hasta para mentirlo. Pero nunca para olvidarlo. Mucho más grande que el fútbol mismo, mito en vida de la Argentina, bandera, póster y mural en las calles del país y el mundo, prestidigitador de las más grandes alegrías populares del último medio siglo, dentro de Maradona caben el ídolo incombustible y también, el hombre indomable que solo acató la ley de sus propios deseos. Hoy cumpliría 61 años. Su cuerpo ya no existe más. Pero igual sigue vivo en nuestras cosas. Eterno como agua y como el aire. (La Voz)

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