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Fútbol Internacional

Cuando Mou sublimó el catenaccio y fue el villano en el Camp Nou

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«Es la derrota más bonita de mi vida», reconoció con su inseparable sonrisa burlona e incitadora José Mourinho desde las entrañas del Camp Nou, tan solo unos instantes después de eliminar al Fútbol Club Barcelona con el Inter de Milán en las semifinales de la Copa de Europa del curso 2009-10.

Aquel 28 de abril del 2010 el entrenador de Setúbal, que antaño había ejercido de asistente de Sir Bobby Robson en Barcelona, perdió por un ajustado 1-0 ante el cuadro de Pep Guardiola, pero, haciendo valer el 3-1 logrado apenas ocho días antes en el Stadio Giuseppe Meazza, en Milán, y erigiéndose en el enemigo número uno, en el villano, del Camp Nou, se hizo con un billete para la final continental; que se disputó en la que sería su casa a partir de aquel mismo verano; en el Estadio Santiago Bernabéu.

Aquella eliminatoria de semifinales, eterna, inolvidable, de película, de la 55a edición de la Champions League tuvo de todo. Empezando por la ida, en la que la expedición culé, víctima colateral de la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull, que obligó a cerrar el tráfico aéreo europeo tras cubrir el continente con una nube de  ceniza, tuvo que cubrir los casi 1.000 kilómetros que separan la ciudad condal de la capital de la Lombardia en autobús, haciendo noche en Cannes.

La nube de ceniza era tan espesa como lo fueron, precisamente, los 90 minutos que completaron los discípulos de Pep Guardiola sobre el césped del Giuseppe Meazza, en el que  cedió por un cruel, duro, 3-1 a pesar de adelantarse en el marcador en el minuto 19 por mediación de Pedro Rodríguez, asistido por Maxwell.

Pero la incursión hasta la línea de fondo del lateral brasileño de la que nació el 0-1 fue, en clave culé, poco menos que un espejismo, que un oasis en el desierto, a lo largo de un partido en el que los azulgranas fueron incapaces de imponer el fútbol preciosista, exquisito, que un año antes les había permitido alcanzar el primer triplete de su historia.

En Milán, el Barça, vestido de color salmón, y con el parche de campeón del mundo en el pecho, se topó con un Inter diseñado para defenderse con el puñal entre los dientes y para salir volando al contraataque.

Se topó con un Inter que, ambicioso, hambriento, dispuesto en un 4-3-1-2, con Júlio César en la portería, Maicon, Lúcio, Walter Samuel, Javier Zanetti en la defensa, Thiago Motta, Esteban Cambiasso y Pandev en el centro del campo, Wesley Sneijder de enlace y Diego Milito y Samuel Eto’o en punta, restableció el equilibrio inicial a la media hora de encuentro; cuando Sneijder celebró el 1-1, habilitado por el mayor de los hermanos Milito.

Ya en el segundo acto, en el minuto 48, el lateral Maicon, llegando desde segunda línea y haciendo gala de su brutal potencia, y asistido, también, por Diego Milito, puso por delante a los locales, en una acción en la que el Barça reclamó una falta en el inicio de la jugada.

La indignación de los azulgranas con el colegiado portugués Olegário Benquerença, que también obvió un claro penalti de Sneijder a un Dani Alves que incluso fue amonestado en aquella jugada, llegó al máximo nivel cuando, en el minuto 61, no vio un fuera de juego más que evidente en la acción en la que Diego Milito firmó el 3-1 definitivo.

«Aún van a decir que tengo un amigo en el volcán y que he sido yo quien ha provocado su erupción. Un equipo que gana siempre a veces no sabe perder», disparó Mourinho, desde la sala de prensa.

El Barça, que jamás había perdido por más de un gol de diferencia desde la llegada de Guardiola al banquillo del Camp Nou y que había encajado tres goles por primera vez en toda la temporada, se recomponía de una dura derrota; conjurándose para conseguir la remontada en el duelo de vuelta, en el Camp Nou, y convenciéndose de que, para lograrlo, tan solo hacía falta recuperar el nivel demostrado hasta el momento.

Ya en el encuentro de vuelta, disputado el 28 de abril en el Camp Nou, el Barça de Pep Guardiola, el vigente campeón de la Copa de Europa, formó de inicio con un once compuesto por Víctor Valdés; Dani Alves, Gerard Piqué, Gabriel Milito, Seydou Keita; Xavi Hernández, Touré Yaya, Sergio Busquets, Pedro Rodríguez, un Leo Messi que acabaría la competición como máximo artillero, con ocho goles, e Ibrahimović, que el verano antes se había intercambiado los colores con Samuel Eto’o.

En un choque de estilos antagónicos, el técnico del conjunto milanés dibujó una telaraña con Zanetti y Chivu para neutralizar el impacto de la conexión entre Dani Alves y Leo Messi.

Y, sublimando el catenaccio con un 4-2-3-1 ultradefensivo, dibujó, en definitiva, una muralla impenetrable, infranqueable. El mecanismo defensivo italiano ni siquiera se resquebrajó cuando, en el minuto 28, Motta, sobreexcitado, nervioso, fue expulsado por dar un manotazo en la cara a Busquets; en una acción que obligó a José Mourinho a trasladar a Diego Milito a la posición de extremo derecho y a Eto’o, que durante todo el duelo estuvo mucho más pendiente de defender que de atacar, actuando casi como segundo lateral, a la izquierda, y dejando a Sneijder como jugador más avanzado, en la media punta.

El Barça, quizás demasiado exaltado, incapaz de abrir el cerrojo visitante, se estrelló una vez tras otra contra la férrea línea defensiva del cuadro transalpino, que tan solo disparó una vez en todo el partido.

Los azulgrana tuvieron una posesión del 86% y dieron hasta 601 pases más que su rival (738 por 137), pero, lastrados por la ausencia de Andrés Iniesta, castigados por las lesiones, no fueron capacesz de generar peligro más allá de algún chut de Messi o Pedro desde el balcón del área.

Pisar el área, de hecho, fue poco menos que una quimera, que una utopía, hasta que en el minuto 84, ya con Bojan Krkic y Jeffren Suárez sobre el terreno de juego, llegó el 1-0 por mediación de Piqué.

El gol del ‘3’ azulgrana puso el partido en ebullición y el Barça acorraló al Inter en su área en los seis minutos restantes, más cuatro de tiempo añadido, asediándolo, acariciando la gloria de la mano de Xavi, de Messi y, sobre todo, de Bojan.

Ya en el epílogo del partido, el ’11’ culé, de apenas 20 años, reescribió la proeza vivida la temporada anterior en Stamford Bridge, con aquel misil de Andrés Iniesta que catapultó el Barça a su tercera Champions League, anotando el 2 a 0 con un derechazo que entró en el arco de Júlio César por la escuadra, pero Frank de Bleeckere anuló el gol que podría haberle cambiado la vida.

Tan solo unos segundos después, el árbitro belga decretó el final del duelo, y, por consiguiente, la eliminación de un Barcelona que se quedó a las puertas de llegar a una final que resultaba especialmente atractiva para la  parroquia culé porque iba a disputarse en el feudo del eterno rival, en el Santiago Bernabéu.

Sabiéndose en el centro de las miradas de la frustrada afición azulgrana, Mourinho arrancó a correr por el terreno de juego del Camp Nou, dirigiéndose a las gradas haciendo el número uno con el dedo índice y tirándose de rodillas por el césped antes de que Víctor Valdés, personificando la irritación local, le cogiera por el cuello para afearle, para recriminarle, su provocadora actitud, mientras los trabajadores del estadio encendían los aspersores para que la expedición transalpina no pudiera celebrar su éxito sobre el feudo culé.

El Barça de Guardiola, con todo, supo rehacerse rápidamente de aquella decepción y a los tres días derrotó al Villarreal por 1-4 para encarrilar el título de liga, que se uniría a la Supercopa de España, a la Supercopa de Europa y al Mundial de clubes logrados antes; mientras que el 22 de mayo el Inter de Mourinho redondeó una extraordinaria temporada alzando su tercera Champions League al derrotar al Bayern de Múnich, convirtiéndose en el primer equipo italiano en lograr el triplete. EFE. (JL).

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