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Directivos, autoridad y fanáticos, culpables de violencia en fútbol hondureño

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La violencia en el fútbol de Honduras sigue cobrando vidas. El sábado, cuatro personas fueron asesinadas por fanáticos desalmados en las afueras del Estadio Nacional de Tegucigalpa, lo que se suma a otro hecho, en el mismo sitio, con igual cantidad de muertos, el 18 de mayo de 2017.

Estos dos hechos forman parte de una cadena de enfrentamientos de fanáticos, principalmente de los cuatro equipos denominados grandes en el país, Olimpia, Motagua, Real España y Marathón, que entre 2003 y 2019 han dejado cerca de 50 muertos, según el Comisionado de los Derechos Humanos en Honduras.

Pero a pesar de que esa violencia ha venido aumentando ni directivos de los equipos, ni la Liga de Fútbol, ni la Federación de Fútbol, ni las autoridades de seguridad, ni ningún Gobierno han hecho lo suficiente para garantizar seguridad a los aficionados dentro y fuera de los estadios.

El sábado, para cuando estaba previsto el clásico nacional entre Olimpia y Motagua, murieron cuatro personas con una crueldad terrible, con salvajismo, lo que parcialmente muchos hondureños han podido ver a través de un vídeo difundido en redes sociales que ojalá no alcancen a ver los niños de Honduras.

Ninguna autoridad deportiva ni policial desconocía que ese clásico, que fue suspendido cuando ya había unos 14.000 aficionados en el Estadio Nacional, por esa misma violencia que ha venido aumentando en el fútbol hondureño, era de alto riesgo.

Pero eso, en principio, pareciera no importarle a la Liga de Fútbol del país centroamericano, que el lunes anunció en rueda de prensa que el torneo Apertura continuará, aún sabiendo que en la sexta jornada, esta misma semana, se enfrentarán Marathón y Real España, ambos de San Pedro Sula, norte, en un clásico local.

El clásico entre Marathón y Real España se jugará sin que nadie haya garantizado, aunque lo han prometido, por enésima vez en varios años, que habrá seguridad para los aficionados y jugadores.

Hace un año, el 18 de agosto de 2018, se produjo una batalla campal, en la cancha del Estadio Francisco Morazán, entre fanáticos enardecidos de ambos equipos, que tienen su sede en San Pedro Sula.

Bastaron un par de patadas para que los enardecidos fanáticos rompieran unos débiles candados de los portones de las gradas de los extremos sur y este, saltaran a la cancha y se enfrentaran con piedras y palos entre otros objetos, sin que los pocos policías que estaban en el interior del estadio pudieran impedirlo.

La batalla campal fue disuelta después que los policías lanzaron bombas lacrimógenas en la cancha y en las gradas, afectando en mayor grado a niños y mujeres.

De nada han servido las recomendaciones a directivos de los equipos y a la Liga para que no programen partidos de noche para evitar que se produzcan incidentes violentos que puedan escapar del control de las fuerzas de seguridad.

Pareciera que lo único que importa es que se jueguen los partidos, aduciendo después de cada tragedia que sus causantes fueron unos pocos «antisociales».

El sábado, antes de que se produjera la batalla campal, a 100 metros de llegar al Estadio Nacional fue atacado el autobús del Motagua con diversos objetos por supuestos seguidores del Olimpia, cuando se supone que ya estaban en el área de seguridad.

En el ataque, pese a que la Policía afirma que había cinco anillos de seguridad, resultaron heridos el portero argentino Jonathan Rougier, el delantero paraguayo Roberto Moreira y el defensa internacional hondureño Emilio Izaguirre.

Lo más lamentable es que donde fueron agredidas con salvajismo las cuatro personas, al parecer dos seguidores del Olimpia y dos del Motagua, no se vieron las fuerzas de seguridad, al menos en el vídeo que ha trascendido, ni la Policía Nacional ha dicho si su personal estaba ahí, frente al portón número 11 del Estadio Nacional.

No menos repudiable fue la actitud de un comentarista deportivo y excandidato presidencial, que mientras afuera del estadio estaba la batalla campal, desde el sector de silla politizaba el tema, quizá porque es uno de la oposición y otros sectores que exigen la salida del poder del presidente del país, Juan Orlando Hernández, a quien acusan de «dictador» y haberse reelegido en 2017 mediante «fraude».

Son muchas las tragedias que ha habido dentro y fuera de los estadios de Tegucigalpa y San Pedro Sula, y aunque son muchos los culpables, ninguno se hace responsable de nada.

En el caso de Tegucigalpa, parece que también ya se olvidaron que otras cuatro personas murieron el 18 de mayo de 2017 en las afueras del Estadio Nacional, aplastadas por una turba que quiso entrar por la fuerza a la instalación deportiva en una final entre Motagua y Honduras Progreso, cuando ya había iniciado el partido.

La venta fraudulenta del «mercado negro» habría sido la causa para que miles de aficionados que habían comprado boleto no pudieran entrar ese día al Estadio Nacional, que ya estaba lleno.

Sobre la seguridad en los estadios, hay una ley aprobada en 2015, pero no tiene reglamentos, ni la aplica nadie.

Son muchos los culpables de que siga muriendo gente por un partido de fútbol en Honduras, donde la violencia ya no solo es en la calle, también forma parte de lo cotidiano en el Parlamento, con diputados de izquierda y derecha que no son ejemplo para nadie. EFE.

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