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Boxeo

Legendario boxeador se expone al bochorno con su insistencia de no bajar del ring

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Después de una desabrida conferencia de prensa para vender una pelea donde todos imaginaban el predecible resultado, Roy Jones Jr. (64-9, 46 KO) finalizó con una frase que salvó la mañana del aburrimiento, junto con un con un gesto a lo Rafael Palmeiro: «te voy a llevar a la escuela».
Su víctima de turno, el hoy olvidado Glen Kelly, profirió cuanta bravuconería le pasó por la mente, pero quienes estaban en el desaparecido Bongo’s Cuban Café sabían que no tenía el más mínimo chance contra el considerado mejor boxeador libra por libra del mundo.
Eso ocurrió un 30 de enero del 2002, como preludio de la victoria ocurrida el 2 de febrero en la Arena American Airlines, días en que Roy Jones Jr. parecía eterno, incombustible, por las mejores razones y no estas en que pasea su gastada anatomía y sus disminuidas habilidades por cuadriláteros de cuarta categoría.
Lo recuerdo porque fue mi primera pelea de título mundial y había escuchado hablar de Jones Jr. en Cuba como si se tratara de un fantasma venerable, la quintaesencia del boxeo, el boxeo mismo.
Mucho antes de que Floyd Mayweather y Manny Pacquiao comenzaran a dominar el panorama del deporte de los puños, Jones Jr. era el hombre, el alfa y la omega del ring, la figura insigne de la cantera estadounidense, el que llevaba a todos y cada uno de sus rivales a la escuela. El propietario de títulos en cuatro divisiones. (Cortesía El Nuevo Herald)

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