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Fútbol Nacional

FOTOGALERÍA: Maynor, el niño hondureño que busca escapar de la violencia a través del fútbol

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Sudado y mordisqueando una bolsa de agua una calurosa tarde de sábado, Maynor Ayala está eufórico después de anotar un gol tras semanas de sequía.
El niño de 11 años está sentado en una cancha de tierra de la barriada Progreso en Tegucigalpa, y gesticula efusivamente al relatar el partido que acaba de jugar. A su alrededor hay perros vagabundos y, un poco más lejos, un grupo de adultos juega a las cartas bajo la sombra de los pocos árboles del lugar.
“Quiero ser jugador de fútbol”, dice Maynor, de mirada pícara y con una voz algo ronca que lo hace sonar como una persona mayor.
Muchos jóvenes en Honduras comparten su sueño. Para ellos, el fútbol puede convertirse en un pasaporte para salir de la pobreza y la violencia en un país donde las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 rigen la vida cotidiana de lugares como la Progreso.
Maynor vive en una casa de dos habitaciones con una docena de familiares en la única calle pavimentada del barrio. Comparte una cama con su madre y su inquieto hermano menor, en una pequeña recámara en la que a veces también cocinan en una estufa de gas. A Maynor le gusta cocinar, y su madre se asegura de que cumpla su cuota con las tareas del hogar.
Preparándose para ir a la escuela por la mañana en la casa de los Ayala en Tegucigalpa.
Comparados con otros, su situación es bastante buena.
Maynor, al menos, va a la escuela en un país en donde el Ministro de Educación admite que sólo casi un tercio de las clases previstas se imparten a lo largo de un año escolar. ¿La razón? Principalmente la falta de dinero para pagar a los maestros. Su madre, Suyapa Ferrera, trabaja como barrendera de la ciudad, y su padre, quien hace tiempo se fue a Estados Unidos, de vez en cuando envía 30 dólares que utilizan para ciertos “lujos” como cemento para reforzar las paredes de la casa o un par de botines de fútbol.
“A mi primo lo balearon aquí en la cancha”, dice Maynor, y simula una pistola con los dedos índice y pulgar
Los botines son uno de los tesoros de Maynor. Sueña con usarlos y así llegar a ser como Emilio Izaguirre, zaguero del Celtic de Glasgow y de la selección hondureña, que en dos semanas jugará en la Copa del Mundo en Brasil. Como Maynor, Izaguirre creció en un barrio similar en Tegucigalpa.
Para Maynor lograr jugar en Europa o con la selección de su país sería como ganar la lotería. Las probabilidades de lograrlo son igual de remotas: apenas cinco hondureños jugaban la temporada pasada en clubes europeos de primera división.
La realidad de Maynor está marcada por una constante lucha por sobrevivir.
“A mi primo lo balearon aquí en la cancha”, dice Maynor, y simula una pistola con los dedos índice y pulgar.
“Acordate también del taxista que vinieron a ejecutar hace poco aquí mismito, en la puerta de la colonia”, dice su amigo Marvin Cruz, de 14 años.
“También fuimos a ver uno que apareció descuartizado ahí no más, en el puente”, le responde Maynor mientras se levanta para señalar el lugar del hecho, por el que pasa todos los días para llegar a la escuela.
Su entrenador, Luisito López, escucha con desazón.
“Pero, ¿por qué tienen que ir a ver los cuerpos?”, pregunta el hombre de 45 años confinado a una silla de ruedas tras un accidente en bicicleta hace más de una década.
La respuesta de Maynor es tan desconcertante como lógica.
“Porque uno piensa que va a estar ahí también”. (Texto y fotos AP).

 

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