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Boxeo

La noche en que el boxeo vio al mejor Muhammad Alí de su vida

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Cuando se abrió la puerta delantera del avión, una lengua de fuego pareció atacarnos. Temimos que el sol derritiera, también, cualquier objeto metálico, estacionado en la pista de un cemento igualmente ardiente. (Cortesía Infobae)

«En nombre de la Air France» le damos la bienvenida a Kinshasa, donde la temperatura exterior es de 44 grados y la hora local 2.30 p.m».

Estaba en el Zaire, el ex Congo Belga, la actual República Democrática del Congo. Un lugar en el corazón del Africa dónde, insólitamente, habría de disputarse el campeonato del Mundo de peso pesado entre el campeón George Foreman y Muhammad Alí. Único boxeador del universo capaz de lograr que un gobierno, el de Mobutu, gaste más de quince millones de dólares entre bolsas – cinco millones de dólares a cada uno- y otros cinco de todos los demás requerimientos: equipos de transmisión, hoteles, traslados, logística…

Rumbo al hotel Havre de Paix junto al enviado especial del diario La Nación, Emilio Ferés a quien recuerdo con entrañable cariño, podían verse árboles desnutridos y dispersos. La tierra se abría en grietas de sequedad. Y bajo el sol quemante el aire pesaba.

Los villorrios cercanos a la carretera lucían tristes, humildes y promiscuos. Caminando o en bicicleta, iban de un lado a otro a cumplir sus obligaciones. Hombres delgados y huesudos. Mujeres con la cabeza cubierta de tela en espiral y polleras coloridas y largas que no impedían advertir sus anchas y lordósicas caderas.

Al llegar al hotel, en el centro, algunos bocinazos, muchos gritos y más bicis que los Peugeot o Citroen, señales inequívocas de la colonización belga. Una de las más cruentas que padeció la Africa violada.
– Que placer verlos, ustedes serán imborrables para nosotros, los argentinos. Créanme que son amados allí, en Buenos Aires…-, les dije a Sandy Saddler y Archie Moore. Dos monstruos que fueron campeones del Mundo, los directores técnicos de George Foreman.

– Ohh sí, Buenos Aires, Luna Park, Perón. -, exclamó Archie quien arrasó con todo lo que le pusieron y logró tanto él como Sandy que el General Perón fuera a todas sus peleas en el Luna Park. Más aún, que los recibiera allá por 1951 con admiración en Olivos.

Estábamos en el hotel Intercontinental, donde vivían Foreman junto a su equipo. El viejo Archie, ahora gordo y canoso, era un hombre cálido y amable. Sandy, autor del famoso, «bolo-punch» con el que te hundía el hígado o te mandaba al hospital, resultaba más recatado. Después de evocar las inolvidables noches del Luna, los bifes de chorizo de La Cabaña, los cafés de la calle Corrientes y algunos otros lugares de la nocturnidad porteña como el Tabaris o el Marabú, intenté el diálogo.

– Maestros, Foreman es favorito, su potencia es superior a la de Alí , es más joven, tiene menos deterioro y viene de aplastar a Joe Frazier y Ken Norton, literalmente, los pasó por encima. Ustedes creen que con Alí será lo mismo?.-

– «Vea joven periodista, si todo es normal, si no hay un choque de cabezas, una herida, una lesión, si todo es normal, debemos ganar por nocaut, no tengo dudas», sentenció Archie Moore, el ex longevo campeón mundial de los medio pesados quien a pesar de perder, ya a los 42 años con Rocky Marciano le transformó la cabeza en una masa ovalada, cual balón de rugby , tras 15 tremendos rounds.

– «Nosotros respetamos la técnica de Alí, pero no hay cómo detener a George cuando se lanza al ataque», agregó Sandy, quien con un gancho al hígado colgó a Alfredo Prada de las cuerdas mirando al General…-

(Sandy Saddler -2001 y Archie Moore -1998-, quedarán para siempre en la galería de los cinco mejores de sus categorías ).

Los dos jóvenes se ponían en cuclillas y sorpresivamente saltaban con las manos entreabiertas. Estábamos en la puerta del hotel.

– «Qué hacen ustedes?», preguntó mi amigo Emilio Ferés, compañero de una pieza que recuerdo así: ventilador en el techo, piso de crujiente madera, un extraño olor proveniente de un baño sin azulejos y débil ducha, donde a veces se veía algún insecto veloz e indescifrable bajo alguna de las dos camitas.

– «Sont des proteines, patron», (Son proteinas, patrón), dijeron mientras buscaban a una próxima langosta.

Don King era el promotor. Vi su alegato ante la Asociación Mundial de Boxeo en Caracas, el día anterior a la pelea que Foreman le ganó a Norton por K.O en el 2 round.

No le querían dar la Licencia de Promotor a pesar de haber cumplido una condena de cinco años en la cárcel , acusado de «Homicidio». Su propio discurso de apelación fue tan genial que le dieron el permiso. Y logró que el dictador Mobutu le subsidiara la pelea a razón de cinco millones de dólares para cada boxeador. Más aún, Mike Malitz y su joven abogado Bob Arum fueron quienes, en nombre de la CBS se ocuparon de la transmisión a los Estados Unidos y el resto del Mundo. La pelea, que iba a ser el 25 de Septiembre y se corrió para el 30 de Octubre por una lesión de Foreman –un día como hoy de hace 42 años– comenzó a las 4 de la mañana. Fue muy duro llegar bien…

La Top Rank – que sigue presidida por Bob Arum- trajo todo en un avión Hercules desde Nueva York. Camión de exteriores , personal, generador eléctrico, cámaras, micrófonos, parrillas de luz para el pesaje y el ring. Todo, absolutamente todo.

Pero hubo un problema sindical: el gremio de Zaire quería que el personal local trabajara en el «Combate del Siglo», según su respetable ley laboral.

– «Ni locos», se negó Bob Arum.

Solución: la empresa le pagaría el salario a igual cantidad de operarios zaireños que a los norteamericanos que viajaron a tal efecto. O sea, doscientos norteamericanos, doscientos zaireños. «La cuestión, dijo el director de la transmisión de manera despectiva, es que no toquen nada».

Sin embargo, en el pesaje, que sería a las dos de la mañana del día anterior, le asignaron a uno de los muchachos una sola tarea: «Si ves que se corta la luz, sólo si ello ocurre, bajas esta palanca que es el automático del generador», le dijeron

Cuando Alí subió al escenario éste amigo entendió mal algunas señas o instrucciones y bajó la palanca. Todo a oscuras durante el vivo de la trasmisión en el marco de un late show de la principal audiencia de costa a costa de los Estados Unidos.

Los periodistas fueron más de 700 de todo el Mundo. De nuestro país, éramos tres: Emilio Ferés, Manuel Sojit («Corner»), hermano del gran Luis Elias Sojit, «inventor del relato deportivo». Concurrieron 60.000 espectadores, la mayoría con entradas gratis. El estadio 20 de Mayo, sólo apoyó a Alí, quien durante las siete semanas que vivió en Kinshasa les enseñó a cantar: «Alí bumayé». Que significaba, algo así como «Ali mátalo».

Los discursos fueron asimétricos. Foreman habló de cómo habría de ganarle: «Tal como lo hiciera con Frazier y Norton, que son más que Alí…». Y Cassius, metió todo en discurso: «La reivindicación de la raza, de la religión, de redimir a los antepasados africanos, esclavos del capitalismo norteamericano, vengo a libertarlos, yo soy Alá».

En la cabaña que le asignó el gobierno, en las afueras de la ciudad, pude verlo y hablamos durante un buen tiempo. Por cierto, Angelo Dundee, el Dr. Ferdie Pacheco y Luis Sarría – su cuerpo técnico- siempre me facilitaron el trabajo, en cualquier lugar del mundo que fuera. Pero, ese día y en esa cabaña, estaba el escritor Norman Mailer, quien tomaba apuntes para su libro La Pelea. Y, obviamente, fue más difícil el diálogo con él que con Cassius, pero compartir un café, hablar del tiempo, de las lluvias presuntas y de la pelea como simples observadores, resultará imborrable.

– «Aquí lo más complicado es entrenar. Ya estoy listo, pero estoy haciendo guantes con Wiliams – su sparring – a las cuatro de la mañana. O sea que no puedo ir a correr, como quisiera, bien temprano, a las cinco. Entonces, hay que hacerlo a eso de las ocho de la noche, comer menos de lo habitual, descansar hasta las tres y hacer gimnasio a las cuatro. Estoy corriendo mi reloj biológico para matar a ese bastardo de Foreman. Y lo haré, le juró que no tendré compasión».

– «Perdón Muhammad, ¿le hizo algo personal?», me animé a preguntarle.

– «No a mi, pero sí a millones de descendientes de africanos que viven en mi pais».

– «¿Por?».

– «Dicen a todo que sí, no tienen rebeldía, ni fe, ni solidaridad».
Ya en el ring, Alí dio la más brillante cátedra que pueda ofrecerse sobre el boxeo técnico, estético, eficiente y cerebral.

Tuvo tres etapas de dominio: la táctica para dejarle espacio en el ring desde donde Foreman se lanzara hacia la descarga de golpes que habrían de hallar a Alí siempre sustentado en las cuerdas. La estratégica que fue administrar al máximo el gasto de traslado con las piernas y utilizarlas solo para ponerse de frente al salir del encordado. Y la psicológica, que fue dominarlo hablándole todo el tiempo, hacer participar al público para potenciar todo lo suyo y acallar cualquier acierto de George, ejerciendo mucha presión sobre unos jurados que al igual que los más adultos sentía el involuntario insomnio.

La noche del combate, hubo un solo grito. Y fue por Alí… Probablemente, a las cuatro de la mañana, ya la temperatura habría descendido. En lugar de los 40 grados, tendríamos 37. Quien más transitaba – Foreman- más gastaba sus energías.

El triunfo fue apoteótico. Se advirtió la felicidad de la multitud. Camino a los vestuarios, todos querían tocar al nuevo campeón del Mundo. Por segunda vez, Cassius se consagraba. Algo que sólo había logrado Floyd Patterson, «contra ese sueco gordo Ingemar Johansson», según Cassius.

La prensa norteamericana,-que vivió quejándose de todo y comparando a Kinshasa con Boston o Los Ángeles– con el reloj en contra para el cierre de sus ediciones, intentó el interrogatorio antes de que Alí ingresara al vestuario: «Dijeron que me ganaría, ¿y ahora?, ¿qué dicen ahora?», les recriminaba. «Foreman es la fuerza, el mundo necesita que triunfe la inteligencia, muchachos. Dije que ganaría y gané. Dije que se caería sólo y aunque la derecha (la del 8 round) fue muy buena, no fue potente, porque él llevaba la derrota por nocaut en el alma y yo el triunfo en la sangre. Ahora debo pensar en cómo mantener ésta corona. Si Alá me ayuda, seguiré siendo campeón por mucho tiempo. Soy el mejor, soy invencible».

Iba a ingresar a su vestuario y la gente no lo dejaba. El padre, tal vez por la emoción, acaso por el calor, se desmayó. Alguien, en el caos, le robo la bata.

– «Señores – dijo Alí- muchas gracias. Les pido que me dejen vestir. Y si alguien tiene mi bata escondida o la tomó sin darse cuenta por favor devuélvamela o dónela a algún hospital para que conviertan ese dinero en medicamentos».

El sol en el horizonte se planteaba el diario desafío de mostrarse y ascender. La gente se iba lentamente. El sonido de los tambores, que nos habían acompañado toda la noche, apagaban su euforia por el cansancio de sus cueros y se alejaban con la percusión en agonía. Niños, adolescentes, jóvenes y adultos también fueron, aunque sea una vez, actores de una noche inolvidable de sus vidas desapercibidas. El aire pesado lentificaba los pasos. El corazón, trepidante me anticipaba que había sido privilegiado testigo de un hecho que el tiempo transformó en «La pelea del siglo».

Pensar que ensayando títulos posibles en las horas en que el periodista imagina aún aquello que no quiere, se me había ocurrido una frase: «Esta noche el boxeo se quedó sin Clay, pobre boxeo».

Hoy puedo decir lo que realmente deseaba: «Esta noche el boxeo vio al mejor Clay de su vida».

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