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Fútbol Centroamericano

Concacaf involucrada en el lado oscuro del Mundial de Sudáfrica

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Seis años después de que se apagaran los focos de los estadios, un libro regresa al Mundial de Sudáfrica para contar la corrupción, el despilfarro y hasta supuestos asesinatos políticos silenciados por las vuvuzelas.

Tres grandes escándalos recorren las páginas de «El gran amaño»: el soborno con que se decidió la elección de la sede, los atropellos en torno a la construcción de los estadios y el amaño de amistosos de preparación de la selección anfitriona.

«Los testimonios me permitieron reconstruir cómo pasaron las cosas, la secuencia de los hechos», cuenta a EFE su autor, Ray Hartley, que se vale de su investigación, de la de la Fiscalía estadounidense y de otros materiales publicados para trazar una crónica del lado oscuro de aquella cita histórica.

El libro comienza en un tribunal vacío de Nueva York en el que arrancó en secreto el proceso que abrió los telediarios de todo el mundo el 27 de mayo de 2015, cuando la Policía suiza detuvo en Zurich a varios gerifaltes de la FIFA.

Entre los reclamados por Washington estaba el expresidente de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (Concacaf) Jack Warner.

El trinitense está acusado de haber cobrado 10 millones de euros de Sudáfrica a cambio de su voto y el de dos de sus aliados para albergar el Mundial de 2010.

El tortuoso proceso que llevó a la materialización del pago está profusamente descrito en «El gran amaño», que lleva por subtítulo «Cómo Sudáfrica compró el Mundial» y apunta que estás prácticas se produjeron también en otras Copas del Mundo.

La victoria sudafricana en la votación celebrada en Zurich en 2006 solo fue el primero de los escándalos.

Según el libro, el expresidente de la FIFA Joseph Blatter impuso su criterio e hizo construir nuevos estadios en Durban y Ciudad del Cabo en vez de remodelar los ya existentes, lo que encareció enormemente unas infraestructuras ahora inutilizadas.

Traicionando sus propias políticas de desarrollo e integración urbana, las autoridades sudafricanos aceptaron levantar el nuevo estadio de Ciudad del Cabo en una zona rica y de mayoría blanca, renunciando a revitalizar barrios más pobres de población mestiza con mucha más afición al fútbol.

«La gente que normalmente va a los estadios en Sudáfrica no estaba en los partidos del Mundial, porque no se lo podía permitir. Había en cambio muchos aficionados blancos al rugby, que no tenían ni idea de fútbol», relata Hartley.

Los gigantes del sector de la construcción en Sudáfrica se beneficiaron más que nadie de la fiebre de los nuevos estadios.

Según denuncia la obra, formaron un cártel que pactó hinchar los precios y se repartió los contratos públicos de construcción de los recintos.

El abuso se saldó años después con una fuerte multa para los responsables, algunos de los cuales pidieron perdón invocando el espíritu de Mandela.

Mientras, en enero de 2009 en la que sería sede de Mbombela, en el noreste del país, el edil Jimmy Mohlala fue asesinado a tiros tras denunciar las corruptelas que rodearon a la construcción del flamante estadio de la ciudad.

La parte más novelesca del libro corresponde sin embargo a la fase de preparación, cuando una organización especializada en amaños ofreció a la Asociación Sudafricana de Fútbol (SAFA) proporcionar árbitros gratis para los partidos amistosos de su selección.

La SAFA aceptó. Tres penaltis (uno de ellos repetido tras fallar el tirador sudafricano) pitados en el Sudáfrica-Colombia (2-1) y otras dos penas máximas en el Sudáfrica-Guatemala (5-0) permitieron a los amañadores recuperar con creces la inversión, cuenta el libro EFE

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