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La Bicolor

Holanda, en la cima tras 32 años

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SUDAFRICA.- Es como si el fútbol le debiera una a Holanda después que este pequeño país centroeuropeo le diera tanto al juego a cambio de tan poco. Desde los años setenta dando espectáculo sin una recompensa.

La 'oranje', de nuevo guiada por Sneijder y Robben, vence a un digno Uruguay y asegura un campeón europeo.

Generaciones que se quedaron sin nada en la Copa del Mundo, sobre todo la que formaron Van Basten, Gullit, Rijkaard y Koeman, mucho más glamurosa que la actual, forjada por un pragmático en el banquillo, Bert Van Marwijk, al que solo le importa ganar. Y vaya si lo ha conseguido: 25 partidos sin perder y seis victorias consecutivas en Sudáfrica, la más inesperada en los cuartos ante Brasil. Sin un brillo excesivo, pero con dos jugadores todo el curso en estado de gracia, Sneijder (que lleva ya cinco goles, el mismo número que Villa; nunca un centrocampista ha sido máximo goleador del Mundial) y Robben, pareja formidable para crear y para marcar, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Holanda llega a la final 32 años después de aquella de Argentina 78 y rompe a su vez otra barrera: por primera vez, un equipo europeo ganará un Mundial fuera de Europa.

Uruguay cayó con toda la dignidad posible, en su mejor partido, plantando cara hasta el final, jugándole de tú a tú a la potencia holandesa, exprimiendo todos sus recursos, viéndose perjudicada por un gol de Sneijder en fuera de juego de Van Persie que no vio el árbitro. Con la cabeza muy alta.

Las largas posesiones de Holanda encontraron una salida inesperada: el obús en diagonal de Van Bronckhorst, ligeramente con el exterior de la zurda, desde unos 35 metros, dejó boquiabierta a la grada del Green Point. La estirada de Muslera fue impecable, pero solo llegó a rozar el balón antes de que entrara por la escuadra. Plásticamente, es el gol del Mundial. El sexto de Van Bronckhorst en su carrera con la “oranje”, el más lujoso sin duda en un momento en el que parecía de vuelta de todo a los 35 años: de vuelta a casa, el Feyenoord, tras la Copa de Eurocopa ganada con el Barcelona.

Pero con la ventaja, Holanda se dedicó a esperar, a especular, a reservar fuerzas, en contra de la máxima de su oráculo en los setenta, Rinus Michels: «Los holandeses no conciben el fútbol si no es para atacar». Y lo aprovechó Uruguay para tirar de orgullo e irse por el empate, tratando de elaborar pese a sus escasos recursos en el centro del campo, intentando que Cavani y Forlán encontraran los espacios justos. El delantero del Palermo le dio mucha vivacidad al ataque uruguayo, aunque eso no fuera suficiente. La jugada maestra tenía que llegar de manos del punta del Atlético. Un control aparentemente banal en la zona de tres cuartos, un giro veloz hacia la portería, un amago con la derecha y un zurdazo enroscado y pegado al larguero que dobló la mano izquierda del altísimo y poderoso Stekelenburg. Siempre hubo diestros que le pegaron con más violencia al balón con la izquierda. Michel, el ex volante del Real Madrid, fue uno de ellos. Forlán es otro. El charrúa, además, golpea el balón de manera devastadora. Así marcó a Kingson, de Ghana, y así batió a Stekelenburg, consolado por Van Bronckhorst, consciente el lateral izquierdo de que su portero, uno de los más fiables del torneo hasta ese momento, tenía razones para estar abatido.

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